A la derecha la obra original de Walter Popp. A la izquierda su vivificación. |
Debo de ser gilipollas.
Desde niño he admirado a los grandes maestros del arte y he querido ser como ellos. Y desde siempre he creído que la manera de convertirse en artista era aprender a hacer mi trabajo lo mejor posible. Estudiar perspectiva, anatomía, técnicas de coloreado (tanto manuales como digitales), entintado, composición, narrativa...
He disfrutado y paladeado todo tipo de obras y géneros, el impresionismo, el surrealismo, el pop art… y he tratado de obtener alguna enseñanza de todos y cada uno de ellos. Incluso de aquellos que no me gustaban o no terminaba de comprender.
He tratado de que mi obra sea única, original y reconocible, igual que la de tantos y tantos maestros que he admirado. Porque pensaba que si conseguía ser esas tres cosas no tendría problemas para ganarme la vida como artista.
¡Qué equivocado estaba!
Resulta que en los tiempos que nos ha tocado vivir no es necesario realizar una creación artística para cobrar los ingresos generados por su reproducción. Basta con coger la obra de otra persona, cambiar cuatro cositas y venderla como una "vivificación" tal y como ha hecho la artista María Cañas con la obra de Walter Popp en el cartel del festival de Cine Europeo de Sevilla. Por el que ha cobrado, me confirman, 3000 euros. Sin concurso, a dedo, con factura al consistorio.
Jamás he cobrado yo 3000 euros por un trabajo en mi vida. Y eso a pesar de mis estudios de anatomía, perspectiva etc...
¡Tres mil euros! Lo pongo con letra para que no se les olvide. O para que no piensen que se trata de una errata
¿Saben la de meses que tengo que trabajar yo creando, una tras otra, obras originales, únicas, reconocibles y a medida de cada uno de mis clientes para acercarme a esa cantidad?
Confieso que cuando vi lo que María Cañas había hecho alterando sin permiso del autor una ilustración ajena y cobrándola como si fuera una creación propia pensé que se trataba de un plagio. Tendrán que disculparme. Ni mi familia ni el estado me pagaron nunca una carrera de bellas artes (tampoco se lo pedí nunca), todo lo que sé lo he aprendido fijándome mucho y trabajando muchísimo más. ¡Ahora veo cuán equivocado estaba! ¡cuánto tiempo desperdiciado! Soy lo que algunos llaman un autodidacta y otros un iletrado. De modo que nunca aprendí términos como "vivificación" ni nadie me enseñó a utilizar conceptos como “el dogma del detritus urbano" para justificar mi falta de originalidad ni a disfrazar el plagio con conceptos como el de “la senda de la obra derivada”.
Menos mal que gracias a este artículo (una obra de arte en sí mismo) todo queda claro, incluso para los iletrados como yo.
Resulta que ya lo hicieron otros grandes caradu... artistas como Lichtenstein. Y, claro, eso lo justifica todo. Si alguien se dedica a reproducir viñetas ajenas y no sólo no le demandan sino que además consigue vender esas reproducciones por miles de dólares por mucho más, incluso, de lo que cobraron esos pringadillos de los tebeos por crear esos dibujos, entoces ¡hagamoslo todos! ¡no es plagio! ¡¡Es arte!!
Lichtenstein se lo curraba. |
Claro que algún malpensado metijoso podría decir que al menos Lichtenstein se molestó en copiar (o reinterpretar) él mismo, con sus propias manos las viñetas de otro, mientras que nuestra amiga María Cañas se ha limitado a coger el.mismo dibujo creado por Walter Popp y modificarlo ligeramente con una especie de llamas de colores "como símbolo del espíritu incandescente del séptimo arte” con la sana intención de darle al trabajo de Popp “una segunda vida” y “resignificarlo”
Bueno, y de paso, de llevarse tres mil eurillos de los que ni los herederos de Popp (fallecido en el año 2002) han visto un céntimo. Algo que, me comentan, podría cambiar si los herederos que, parece ser, han sido avisados de la “vivificación” deciden demandarla. A ella, al ayuntamiento de Sevilla, o a ambos. Ya sabemos lo que le gustan los juicios a estos americanos.
Pero ¿quién podría culparle? En un mundo donde Bookish vende los libros con un precioso packaging que no permite ver qué libros estás comprando y en el que nadie habla sobre la calidad literaria de un relato y el debate se centra en la cantidad de followers que el autor (o autora) haya
Publicidad de bookish en Instagram ¿Qué importa el libro que compres mientras el packaging sea bonito? |
¡Pero no nos detengamos ahí! ¿para qué rodar nuevas películas, escribir nuevos libros o componer nuevas canciones? Basta con coger alguna película ya rodada, añadirle unos minutos de metraje al principio y venderla como una obra nueva. Casablanca, por ejemplo, introducimos un número de baile de Britney Spears a la que el bueno de Sam se arranca a tocar el piano y ¡listo!. Le cambiamos el título, cobramos entrada y, ¡hop! ¡Una vivificación!
Cojamos “El quijote”, escribimos una escenita con unos orcos en biquini, la ponemos al final de la historia y, de nuevo, cambiamos el título, y a vender libros bajo la senda de la obra derivada.
En cuanto a la música, nada más fácil, pillamos “El lago de los cisnes” añadimos el sonido de una bocina así más o menos en el minuto 7 (que es cuando nadie se lo espera) y ya está. Se vende con otro título más acorde al dogma del detritus urbano y arreglao.
Las generaciones venideras nos lo agradecerán.
Claro que quizá habrá quien piense que la ley de propiedad intelectual prohíbe expresamente la alteración de las obras sin el consentimiento del autor o que la licencia Creative Commons (bajo la cual dice María Cañas que obtuvo la imagen) no son (o, al menos, no lo son siempre) de dominio público, lo que significa que uno no puede modificarlas a su antojo, sin permiso del autor o sus heredereos, o lucrarse con ellas.
Pero, claro, eso es porque siempre hay personas en contra del avance del desarrollo cultural y artístico.
Que es de lo que se trata.
Porque María Cañas ni siquiera se ha molestado en vendernos a precio de oro una lata llena de piedras diciéndonos que se trata de su propia mierda como hizo Manzoni.
No era caca. |
En este caso no hace falta señalar que el emperador está desnudo. El emperador ha entrado en un concesionario de Ferrari y se ha llevado un Testarrosa y al salir por la puerta, cuando han empezado a sonar las alarmas, lejos de disimular, ha sacado pecho y le ha dicho al guardia de seguridad que si le pone una pegatina a la puerta del Ferrari ya es suyo y puede hacer con él lo que le de la gana.
Me temo que no soy tan innovador como esta mujer. O como Lichtenstein. O como tantos otros pioneros de la vivificación.
Yo por mi parte seguiré tratando de mejorar mis conocimientos de perspectiva, anatomía, mis técnicas de coloreado (tanto manual como digital), mi entintado, composición y narrativa.
Y seguiré creando mis propias obras y tratando que sean únicas, originales y reconocibles.
De hecho en la mayoría de mis contratos figura una cláusula (que, imagino, no figurará en los contratos que firmas artistas multidisciplinares como la señorita Cañas) que especifica claramente lo siguiente:”El AUTOR es creador y propietario intelectual del guión y dibujo, certificando que dicha obra no vulnera ningún otro copyright vigente.”
De modo que si puedo asegurarles algo es que si algún día alguien me paga 3000 euros será a cambio de mi propio trabajo, no de modificar ligeramente el trabajo de otro.
Porque soy gilipollas.
Enlaces de interés:
Deconstructing Roy Lichtenstein
Algunos trabajos de Walter Popp en Pulpartist.com
La noticia contada por El Mundo
Declaraciones de Maria Cañas en el Diario de Sevilla
Por favor, no se pierdan el documental Banksy, salida por la tienda de regalos.
Maravilloso artículo de Carlos Marmol en El Mundo
Y otro estupendo de Antonio Hitos en el blog de FNAC