viernes, agosto 30, 2013

El dragón, la resignación, el sacrificio, el mal menor y el bien común


      El concepto de resignación y sacrificio es algo terriblemente sobrevalorado en nuestra sociedad. 
De hecho, una de las figuras más importantes de nuestra historia (?), Jesús de Nazaret, lo es, en gran parte, por haberse sacrificado, presuntamente, por todos nosotros. Por haber muerto tras una cruel tortura, en teoría, para limpiar el pecado original que nos mancha, según los cristianos, desde el mismo momento en que nacemos. Cuanto mayor es su sufrimiento, más larga y dolorosa su agonía, más valor se le da. De ahí que la representación de este icono religioso abunde en detalles escabrosos como las heridas, la delgadez, el gesto...
Jesús es bueno, nos dicen, muy bueno, porque sacrificó su propia vida por toda la humanidad. No sólo por sus amigos o familiares, también por personas que no conocía, incluso por aquellos que le odiaban o por todos aquellos que ni siquiera habíamos nacido aún.

      Esa es una de las piedras angulares de la educación judeo-cristiana que a muchos se nos ha inculcado desde niños en el mundo occidental. De ahí que mucha gente valore un favor en la medida que, a la persona que se lo han pedido, les suponga un sacrificio realizarlo. De hecho, a veces tienden incluso a valorar más el esfuerzo que haya costado realizar ese gesto que el gesto en sí.
Si piden, por ejemplo, una cantidad de dinero prestada y la consiguen de dos personas distintas, estarán mucho más agradecidos a aquella que haya tenido que esforzarse para reunir ese dinero que a otra que la consiguiera fácilmente. A pesar de que la cantidad sea la misma venga de quien venga.

      Siempre nos pedirán que hagamos sacrificios. Los políticos, los empresarios, gente de nuestro entorno más cercano, incluso. Un pueblo que se resigna, que está dispuesto a sacrificarse, es mucho más fácil de gobernar.

      Personalmente no creo en el sacrificio. No quiero que nadie se sacrifique por mí. Muy al contrario me molesta especialmente que, para que algo me beneficie, otro tenga que sufrir. Máxime cuando yo no lo he pedido.
Por eso creo que "el bien común" o "el mal menor" son conceptos perjudiciales y engañosos. En el fondo quienes los promulgan buscan, sobre todo, favorecerse a sí mismos. El sacrificio es una herramienta de control muy poderosa. Si no nos sacrificamos nos señalarán con el dedo y dirán que somos malos, egoístas.

      Según el filósofo Karl Popper la percepción "platónica" del bien común demanda no solo un plan o concepto de lo que la sociedad final debe ser sino también un gobierno fuerte y centralizado, un corto número de personas no interesados en los derechos o beneficios de los individuos como tales sino en la comunidad como entidad.
 De acuerdo con Platón: "...nosotros no establecemos la ciudad mirando a que una clase de gente sea especialmente feliz, sino para que lo sea en el mayor grado posible la ciudad toda”

      Ninguna agrupación colectiva debería poder permitirse ser más importante que cualquiera de los individuos que la forman. Me da igual que se trate de un país, un planeta o una asociación de autores. Nadie debe perder para que otros ganen.

      Por lógica, si no quiero que nadie se sacrifique por mí, tampoco quiero tener que sacrificarme por nadie. No tengo vocación de mártir.
Se que esto puede llegar a sonar escandaloso. Como digo, es algo que nos han inculcado desde pequeños. ¿Me sacrificaría por mis hijos o por mi familia? Por supuesto, pero sólo si no hay más remedio. Del mismo modo que yo no quiero que mis seres queridos se sacrifiquen por mi, porque les quiero y deseo su felicidad, asumo (y espero no equivocarme) que ellos quieren lo mismo para mi.
Por poner un ejemplo muy claro, podría sacrificarme y buscar un trabajo que me haga infeliz pero aporte más seguridad económica a mi familia. Pero se (o eso espero) que lo que mi familia quiere es que mi trabajo me haga feliz, porque valoran más mi felicidad que su seguridad económica. Por supuesto que, si algún día mi trabajo como autor de cómics no da suficiente dinero como para procurar a mis hijos ropa, alimento y cobijo, lo cambiaré sin pensarlo dos veces por otro que sí lo haga. Pero no se equivoquen, una cosa es darles lo necesario y otra muy distinta que lo necesario sea llevarlos por el camino del lujo y el despilfarro, como entienden algunos. Un niño necesita amor, alimento, ropa y cobijo no un jet privado.

      Quizá muchos piensen que soy un egoísta por pensar así, pero en realidad es al revés. Yo quiero que todo el mundo sea feliz. El "bien común" no es suficiente para mí. Quiero el "bien total" y hay que encontrar la manera de que nadie salga perdiendo. No hay que perder de vista ese objetivo. En el momento en que asumimos que unos pocos deben perder para que muchos otros ganen estaremos perpetuando un sistema injusto para esos pocos (incluso, teniendo en cuenta, que esos pocos aceptarán su destino con resignación). Y subsanar ese error, cambiar esa mentalidad, será terriblemente complicado.

      Desde luego hay ocasiones en que es imposible hacer feliz a todo el mundo. El caso de abortistas o antiabortistas es representativo. Una ley que permita el aborto libre enfurecerá a los antiabortistas, y otra ley que prohíba el aborto perjudicará a las mujeres que quieran interrumpir su embarazo. Existe una razón muy sencilla del porque, en casos como este, mi sentido común me envía de cabeza al bando de los abortistas. Claramente los abortistas no obligan a nadie a abortar, no quieren imponer su voluntad sobre la de otra persona, mientras que los antiabortistas si pretenden que todos actuemos según sus creencias, tanto si coinciden con las nuestras como si no.

      Todos hemos escuchado uno de esos cuentos populares que hablan de una aldea asediada por algún tipo de bestia mitológica, pongamos un dragón, que exige el sacrificio de que le sea entregada la hijas de alguno de los habitantes cada cierto tiempo.
Cada año, por ejemplo, se celebra algo que podríamos llamar "el sorteo del dragón", y una doncella virgen es entregada para aplacar el apetito de la bestia.
Ese es un ejemplo muy claro de lo que viene siendo "el bien común" o "el mal menor"
Es el bien "común" porque, aunque es terrible que una persona deba morir (una persona virgen, esto es muy importante, el sacrificio tiene más valor porque se trata de una persona en la flor de la vida que ni siquiera ha llegado a gozar del placer canal, no una persona anciana a punto de fallecer, que ha disfrutado de una existencia plena y que ya no tiene nada que perder) esto sucede para que el resto de la aldea pueda vivir tranquilamente. Y es "el menor de los males" porque se nos da a entender que la alternativa sería que toda la aldea fuera destruida.
Es una terrible perversión disfrazada de lógica aplastante.

      Con el cuento de "el bien común" o "el mal menor" se nos manipula para aceptar continuamente situaciones inaceptables.  Desde la democracia representativa, a los GAL, pasando por el sistema penitenciario, educativo o la tortura.

      Muchas veces se oye que la democracia representativa actual, a pesar de que nos conduce inevitablemente a la corrupción, el bipartidismo y el neoliberalismo, es un mal menor y que es mucho mejor que una dictadura.
Con este razonamiento se nos intenta engañar, porque sólo nos permiten ver dos opciones cuando en realidad hay muchas más. Existen muchas formas de gobierno, más allá de la democracia representativa y la dictadura (de hecho existen muchos tipos de democracia) y todavía podemos inventar muchas más que ni siquiera existen.
Evidentemente es mucho más sencillo y cómodo encogerse de hombros y resignarse. Un pequeño sacrificio es asumible con tal de no tener que pararse a reflexionar o reconocer siquiera que somos incapaces de hacerlo.

      Se nos da a elegir entre entregar a una virgen, cada año, al dragón o permitir que nos destruya a todos, cuando, en realidad, hay muchas más formas de tratar de solucionar el problema.
Para empezar podemos armarnos y cortarle la puta cabeza al bicho mientras duerme, o pagar a unos mercenarios para que lo hagan, para que ningún habitante de la aldea tenga que ver nunca más como su hija es devorada por esa maldita bestia. También habría que ver quién llegó primero, igual el territorio era del dragón antes de que llegáramos nosotros, y por tanto, quizá podríamos plantearnos seriamente la posibilidad de hacer las maletas, largarnos de aquí, y fundar otra aldea en una tierra que no venga con algún tipo de ser mitológico incluido.

      En cualquier caso, bajo mi punto de vista, en vez de aceptar el sacrificio lo que debe hacer cualquier sociedad, agrupación o colectivo que quiera avanzar es reflexionar. Poner el problema encima de la mesa, aportar todas las alternativas posibles y buscar el bien de todos los habitantes de la aldea. Todos. No el del 80%, ni el del 90%, ni siquiera el del 99%, sino el del 100%

Siempre.

Porque esto de "el bien común" suena genial. Hasta que el nombre de tu hija aparece en la papeleta del sorteo anual del dragón.

Sergio Bleda.