Rojas y su bigote. Foto realizada en 2006 por encargo de Toni Guiral para la segunda parte del libro "Cuando los cómics se llamaban tebeos" |
Hoy me va a costar mucho levantar el pincel.
Ayer el mundo perdió un gran dibujante. Yo he perdido, además, un amigo.
A Rojas se le recordará como el creador de Hanibal, Don Percebe y Basilio o 7-7 cero a la izquierda. Se hablará de su personalísimo y dinámico estilo, deudor de Berck, más cercano al del cómic franco-belga que al del resto de autores que, como él, trabajaron para las editoriales Bruguera y Valenciana.
Pero son otras cosas las que me vienen a la cabeza cuando pienso en él. Cosas que seguramente no aparecerán en su biografía.
Arturo era un gran conversador. Con un sentido del humor inteligente y socarrón del que hacía gala continuamente.
Era un caballero de los de antes, de los que cedían el paso a las damas y de los que las piropeaban por la calle. En más de una ocasión tuve que agitar mi mano delante de su cara y decirle “¡Eh, que estoy aquí!” porque su mirada se había perdido tras los andares de alguna jovencita dejando una frase a medio terminar.
Rojas fumaba unos cigarrillos que él mismo liaba a mano y que eran tan finos como un bastoncillo de los oídos. Y mientras hablaba lo sujetaba entre los dedos índice y pulgar y sus aspavientos hacían que el humo se agitara a su alrededor.
A Rojas le gustaban mucho las mujeres. Se separó de la que fue su mujer durante años a una edad muy avanzada. Aunque nunca se separaron del todo ya que siguieron siendo vecinos. Eso no le impedía acudir a salas de baile para buscarse sus líos de faldas. De hecho dejó de venir a la tertulia de los jueves porque afirmaba que si faltaba un solo día le robarían la novia.
En la exposición de tebeo valenciano de San Miguel de los Reyes. Año 2007. |
Siempre se refería a si mismo y a los compañeros de profesión de su generación como los “dinosaurios”. Y no le faltaba razón. Por que eran grandes, majestuosos y una vez dominaron la tierra. En una época muy muy lejana.
Se dejó un bigotillo de facha, de esos que son como un hilo de pelo sobre el labio, que le daba un aspecto serio, pero quienes le conocíamos sabíamos que de serio nada, que el tío seguía siendo un cachondo.
Fue empleado de banca toda su vida y cuando acababa su jornada laboral se iba a su casa a hacer cómics. Debido a lo prolífico que era nadie habría imaginado que tenía dos trabajos. Era incansable.
Jamás se consideró a si mismo un artista. Aunque lo era.
Nunca dejó de dibujar, aunque una estúpida ley que obliga a los jubilados a elegir entre seguir cobrando su pensión o cobrar derechos de autor derivados de su obra hizo que apenas se publicara nada de lo que hizo.
Tenía una serie de chistes sobre buitres que iba ilustrando a ratos perdidos y que nos enseñaba a quienes teníamos el placer de compartir con él la tarde de los jueves. Los guiones eran bastante malos aunque su falta de corrección política nos hacía reír. Se atrevía a reírse de la muerte y a ser algo guarro. Algo que en las mojigatas Bruguera o Valenciana jamás le habrían permitido.
Probablemente de haber nacido en otro país que valorase más el noveno arte habría recibido mayor reconocimiento y no habría tenido que compaginar el trabajo del banco con el de historietista. Aun así se las apañó para ser de los mejores. Quizá porque no era autocomplaciente.
Hacía muchos años que no leía cómics. Una vez le presté un ejemplar de Liberty Meadows pero no le hizo gracia.
Estaba bastante desconectado. Las novedades editoriales le traían sin cuidado. Aun así siempre me dijo que mi trabajo era muy bueno. "Joder, macho ¡qué tías dibujas" me decía.
Escribió varias novelas de ciencia-ficción.
Era mi amigo.
Si me viera ahora mismo, llorando mientras escribo estas líneas, me daría un golpe en el hombro y me diría algo así como “¡no te quejes, que peor estoy yo!” Y se liaría uno de sus cigarrillos.
En una ocasión cogió una de mis libretas de bocetos y dibujó el cuerpo de un personaje femenino cuya cabeza había dibujado y entintado yo previamente. Lo hizo directamente a Boli. No quedó muy contento con el resultado y comenzó a llenar la página con unos pequeños caracoles más de su estilo. Uno de ellos tenía una tremenda erección. Guardo esa libreta como uno de mis mayores tesoros.
En la Copa América. |
Con motivo de la Copa América se nos convocó a varios autores en el puerto para hacernos el encargo de un libro de humor gráfico colectivo. Se llamó "Humor a toda vela". La visita incluía un breve viajecito en barco. Pensé que, dada mi propensión a marearme, sería el único que se quedaría en tierra pero cuando todo el mundo subió a bordo me llevé la agradable sorpresa de descubrir que a Rojas también le gustaba la tierra firme. Mientras el resto de compañeros se tambaleaba de un lado a otro Arturo y yo disfrutamos de un agradable ratito de conversación, tabaco y cerveza.
No es algo que le obsesionara, pero a veces se lamentaba de que a él y a los autores de su generación se les ninguneaba continuamente. Que no se contaba con ellos lo suficiente y que no se les prestaba la atención que merecían. Y tenía razón.
Ahora que ya no está habrá quien se apunte a hacerle los homenajes que debieron hacerle en su momento. Alguna subvención caerá. Seguro. Quizá sus chistes de buitres eran algo premonitorio.
Puta vida.
Muchas gracias por haber existido, maestro. Estés donde estés.
Me parte el corazón saber que ya no volveré a verte.
2 comentarios:
Es una pena lo poco que se valora a nuestros grandes artistas de bd...Una pena. Se van poco a poco sin hacer ruido y sin que su obra tenga el escaparate que merece. Unha aperta, amigo. Siento esa ( para ti gran) perdida. Cuidate.
Sergio excelente reseña sobre el maestro. Seguro q allí donde esté se habrá hecho ya con un lápiz y seguirá haciendo feliz a la gente. Fuimos unos afortunados d poder disfrutar d su amistad claro q si!
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