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Aunque hace un año era optimista respecto al 2010 (como puede leerse AQUÍ) la realidad cotidiana ha acabado por darme una sonora colleja.
Seguramente siempre recordaré este año que estamos a punto de despedir como uno de los más difíciles de toda mi vida. Con planes que se cayeron antes de comenzar a realizarse, proyectos que no terminaron de avanzar y un montón de problemas, sinsabores y decepciones de todo tipo.
Aun así no quiero que mi última entrada del 2010 sea del todo derrotista.
Preparémonos para lo peor, pero esperemos lo mejor.
Nos metemos en la segunda década del nuevo milenio y si bien mi ingenuo optimismo del año pasado ha desaparecido, las ganas de seguir trabajando son tan grandes como siempre.
Además, aunque todas las experiencias decepcionantes acumuladas no me han servido para saber qué puentes cruzar, sí lo han hecho para indicarme cuáles quemar. Y eso siempre está bien tenerlo claro.
Ahí arriba les dejo mis felicitaciones de este año. Como verán una es más tierna y familiar (cuyo protagonista absoluto es mi pequeño hijo Jorel) y la otra está llena de colmillos afilado y hemoglobina. Dos elementos que, espero, me ayudarán a salir adelante durante el 2011.
Que pasen una feliz nochevieja, nos vemos el año que viene.